Hace unos años me tocó ir a una de esas comidas de trabajo a las que a veces no queda más remedio que acudir:
Iba con una compañera así que compartimos el mismo coche. Como no nos apetecía quedarnos hasta muy tarde, fuimos con el planning hecho: decidimos que nos largaríamos después del postre.
Llegamos al restaurante y nos sentamos a la mesa, la una al lado de la otra. Entonces, uno de los comensales exclamó:
- No, no, no! El protocolo dice que tenemos que sentarnos hombres y mujeres intercalados!
No lo pongo en duda pero éramos 3 mujeres y 8 hombres! En fín, por no discutir, nos levantamos y él se ocupó de sentarnos como le vino en gana.
A mí me tocó a su derecha: buena me esperaba...
Primero nos contó una historia larguísima que se suponía muy entretenida e interesante (Zzzz...)
Para después hacerme la siguiente pregunta, a bocajarro:
- Oye, y tú cuántos años tienes?
Como no tengo problemas con mi edad, le dije la cifra con toda naturalidad (por si hay algún curioso, entonces tenía 31 y ya han pasado 3 años...), y él me espetó:
- Ufff, yo pensaba que eras mucho mayor!
Todos los demás comensales miraban a sus platos, conteniendo la respiración...
Cuando ya estaba sopesando la posibilidad de clavarle el tenedor en la lengua, se giró hacia mí y me soltó:
- No te lo tomes como un insulto: también puede ser un cumplido!
Y todo esto sin probar una gota de vino...
Tomé la opción más inteligente: decidí que no merecía la pena invertir un solo minuto en darle vueltas al tema y me concentré en degustar mi comida.
A la vuelta, comentando la jugada, mi compi estaba convencida de que con esos comentarios lo que él quería era ligar conmigo (ella le conoce desde hace mucho más tiempo que yo; sus razones tendrá para sacar esa conclusión!!!) así que terminamos llorando una en el hombro de la otra... pero de la risa!
Un mes más tarde coincidí sentada a la derecha del mismo individuo en la comida de despedida de otra compañera de trabajo... Pero esa historia la dejo para otro día...